El 8 de junio de 2023 prometía ser el día del diluvio universal y Primavera Sound se vio obligado a suspender los conciertos que había programado para su estreno en Madrid con el fin de evitar un desastre. Al margen del posterior descalabro del festival en la capital, aquella jornada hubo fortuna para unos cuantos. Como premio de consolación, los más rápidos en Dice fueron los elegidos para ver a Blur en un show improvisado en La Riviera, un mes antes de publicarse su último disco, The Ballad of Darren.
Escapar, por fin, a la fatalidad. Por un rato. Esa era la sensación que se apoderaba de una al llegar a la Riviera. Una vez que cruzabas la puerta, solo había que tirar escaleras abajo la precariedad, la ansiedad perpetua, la insatisfacción y la mala hostia.
No era ni de lejos la única que había tenido la siniestra sensación de perder su futuro: “Somos la generación más estéril y mejor preparada de la historia, coleccionista primero de expectativas y luego de frustraciones, que habita viviendas prestadas o se desuella la carne en alquileres abusivos, eternamente infantilizada aunque ya peinemos canas”, escribe la periodista y escritora Azahara Palomeque en su ensayoVivir peor que nuestros padres (Anagrama, 2023).
Frente a la palmera, que vigilaba solemne desde el centro de la sala al público, poco importaban las pesadillas; Blur conseguiría retrotraerte a esos instantes de euforia adolescente en los que creías que tu destino aún era jodidamente prometedor.
“All the people So many people And they all go hand-in-hand Hand-in-hand through their parklife Know what I mean?
(PARKLIFE,1994)
Cantaba Damon Albarn ataviado con una chaqueta de doble botonadura, un polo Fred Perry y unos vaqueros. Solo faltaban sus Dr. Marteens para volver a dibujar todo ese universo testosterónico de himnos, cerveza y bolos que fue el Britpop. Aquel movimiento cultural, que surgió como respuesta a la angustia existencial del grunge, nos enloquecía porque contaba con todos los ingredientes de cualquier buena historia: drama, excesos, romance y rivalidad.
Ya superaban los 50 pero el tiempo no parecía haber pasado por ellos. La camiseta a rayas de Graham Coxon y la actitud chulesca de Alex James nos mantenían anclados a esos felices años 90, cuando a la mayoría no le recetaban pastillas para poder soportar este mundo.
El escritor y crítico musical Mark Fisher se preguntaba en Realismo Capitalista (Caja negra, 2016) cómo se había vuelto aceptable que tanta gente, y en especial tanta gente joven, estuviese enferma: “La ‘plaga de la enfermedad mental’ en las sociedades capitalistas sugiere que, más que ser el único sistema social que funciona, el capitalismo es inherentemente disfuncional, y que el costo que pagamos para que parezca funcionar bien es en efecto alto”.
“I can’t feel ‘Cause I am numb I can’t feel ‘Cause I am numb So what’s the worth In all of this? What’s the worth In all of this?
Sing to me
(Sing, 1991)
Un aire de melancolía ha recorrido casi siempre las melodías de Blur. No iba a ser diferente con The Ballad of Darren, noveno álbum de estudio – se publicaría un mes después de este concierto-. Habían pasado 30 años desde su primer gran éxito, Modern Life is Rubbish, cuyo título había sido extraído de un grafiti en Bayswater Road, en Londres. En la mente de Albarn definía perfectamente el estado de la sociedad occidental en el último cuarto del siglo XX.
Este último disco no es una parodia del Englishness ni tampoco va sobre la frivolidad de las juergas sin tregua en Magalouf. The Ballad of Darren está inspirado en la pérdida: el duelo que atravesamos cuando fallecen nuestros amigos o tras una ruptura sentimental. Más hondo que los anteriores, este se merece una escucha en soledad. La voz de Albarn, más rica, cálida e intimista, ya no confronta; ahora nos empuja contra al espejo.
“I heard no echo (no echo) There was distortion everywhere (everywhere) I found my ego (my ego) I felt rubato standing there Found my transcendence (transcendence)
(The Narcissit, 2023)
“El porvenir ha saltado por los aires”, señala Palomeque en el ensayo. Nos han pasado por encima, como un rodillo, múltiples crisis económicas a la que se une el fantasma de la climática. No todos estamos igualmente jodidos, pero el grueso que lo está resulta verdaderamente escandaloso.
Permanecemos en un limbo en el que ni las viejas ni las generaciones venideras entienden bien qué nos pasa. Vivimos en un estado permanente de supervivencia; saltando de curro en curro, a cuál más precario, temiendo que el despido aún nos hunda más en el agujero. La estabilidad es una utopía y a la miseria la tocamos con las manos. Casi se ha convertido en “una guerra hobbesiana de todos contra todos, un sálvese quien pueda”, recuerda Fisher en su libro.
Si ya no hay alternativa, como proclamó a bombo y platillo el eslogan neoliberal de Maggie Thatcher (y siguen haciendo una gran parte de la política actual), ¿qué nos queda?
“It really, really, really could happen Yes, it really, really, really could happen When the days they seem to fall through you Well, just let them go
(The Universal, 1995)
Desgañitarnos cantando viejas canciones hasta enajenarnos de nosotros mismos y abandonarnos al frenesí que únicamente es capaz de producir la música en vivo. Dejarnos arrastrar por la catarsis, probablemente el mejor “invento” griego frente a la tragedia. Y con todo ello, celebrar la vida, por muy puñetera que esta sea.
Date
noviembre 23, 2024
Category
Crónica
Tags
azahara palomeque, blur, catarsis, duelo, la riviera, mark fisher, nostalgia, precariedad, primavera sound, realismo capitalista, vivir peor que nuestros padres
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